Viajes

Desde La Quiaca a Villazón

Pasé mi última noche en La Quiaca, dando vueltas en mi cama. Ansiosa, muy ansiosa por cruzar la línea, por ir hacia Bolivia y que todo vuelva a ser nuevo para mis ojos.
A modo de despedida, esa noche me agasajé con una rica comida y una cerveza en mi habitación de un hostal que parecía fuera de contexto, un paraíso de comodidad y limpieza, y con tv cable! Me sentí un poco como en casa por unas horas, en un colchón confortable y viendo mis series favoritas. Era tan necesaria esa noche de cotidianeidad, de hábitos familiares, de auto-mimarme, de largas duchas de agua bien caliente!. Desperté renovada, a pesar de haber dormido entre saltos y sueños que de a ratos se confundían con la vigilia.

Temprano me dirijo hacia la frontera con Bolivia, ilusión in pectore, enérgica, caminando rápidamente a pesar del peso que cargo sobre mi espalda. Quiero llegar, cruzar, ver que hay del otro lado, la misteriosa Bolivia, la dolorosa Bolivia, con todos sus colores y olores, con todo lo que tenga para mostrarme.

Llego al puente que divide La Quiaca de Villazón y la guardia militar me recibe con su gesto duro.
Adónde va señorita? Por allá señorita! siga, no se detenga. Esta bien, sigo. Pero no me grite que no hice nada.

Nadie me informa nada, solo sigo por donde me señala el hombrecito verde y enojado. Paso, nadie me detiene, nadie dice nada de nada. Llego a migraciones y hago la fila. Veo que hay gente que pasa sin hacer fila, comienzo a dudar, entonces pregunto. Un nuevo hombrecito verde me pregunta por segunda vez: adónde va señorita? A Bolivia.
Salga de ahi entonces! váyase directo a aquella ventana.
Ok. Pero no me grite.

Ya en la ventana me preguntan porque no tengo el sello de salida de Argentina.
Pero como? no se supone que estoy saliendo ahora?
No, señorita! tiene que hacerlo sellar allá (y señala una oficina a unas dos cuadras de donde estaba ahora parada)
Bueno, pues...nadie me dijo nada (y para mis adentros comencé a tararear una canción de Jaime Ross).
Me miró larga y seriamente y entonces comprendí que no obtendría más respuesta por parte de el. Eso era todo.
Regresé sobre mis pasos, mochila en la espalda, nada divertida, refunfuñando y tratando de conservar mis buenos modos. Sello el pasaporte de salida, vuelvo a la ventanilla, completo formularios y nuevo sellito que dice: entrada a Bolivia. Muy amable señor, que tenga buen día.
Sin respuesta ni miradas, me voy.

Al fin! todo fue muy rápido luego del ameno intercambio con los hombrecitos verdes. Ni siquiera han registrado mi equipaje.
Me alejé preguntandome si sabrían sonreir. Quién sabe.

Entro a Villazón, ese mundo multicolor, gran mercado de ofertas, ciudad fronteriza como todas, densa, en constante movimiento, ruidosa, llena de olores a maíz, coca, especias, frutas, pieles, orines, humanidad en plena actividad comercial.
Me regocijo con tanto espectáculo. La gente no para, los vendedores no acechan, te dejan caminar, los lugareños te miran con timidez, ven tu cámara y se esconden, no quieren ser fotografiados, más de uno me dice: señorita, aquí fotos no!. Otra señora me grita desde la otra esquina: debes pagar por tus fotos!
Oh, si...claro.

Sigo, me olvido de las fotos. Me voy a buscar la agencia que tiene mis pasajes en tren para Uyuni y la encuentro cerrada. Trato de conservar la calma, me siento a esperar en la vereda con una mezcla de preocupación y desconcierto. El dueño me ha dicho el día anterior que abría a las 7 am y ya eran las 9.30 h. Espero una media hora hasta que un rostro amable, gracias Dios!, super amable, me sonría y me dice: Patricia?
Mi encuentro con Alfredo fue un alivio. Al fin estaba sentada frente a su escritorio, coordinando los detalles del tour a Uyuni, charlando sobre aquí y allá, escuchándolo con tristeza hablarme sobre la gran decepción de Evo Morales, cómo el pueblo está viviendo casi un duelo porque sienten que han muerto sus esperanzas, etc etc.
Salgo de la agencia con una cierta desilusión por sentir que Bolivia sigue sufriendo, que ésta era "la" oportunidad, y parece que no lo "será", pienso en los gobiernos que pueden y no hacen, en las ideologías que han muerto en la sociedad pero no en el corazón de algunos hombres que aún viven en el resentimiento, en la división de los pueblos, separando lo bueno de lo malo, desintegrando, creando slogans de "Patria o muerte".
Siempre es Patria, dice Alfredo, con sus ojos visiblemente conmovidos. Nunca puede ser muerte, ya no debería ser más muerte. Me voy con una parte de la historia, su historia.

Camino largas horas en Villazón, gozando de todo lo que veo, entregada por completo a la multitud, no siento peligro, no siento miradas intimidantes, ni presión de ningún tipo.
Me cuesta comprender como la gente se asusta cuando pregunto algo. Algunos ni siquiera responden. Sentirán que lo invadimos? Claramente, no les agradan las preguntas. Ni las fotos.

Entonces trato de no preguntar ni fotografiar. Me limito a mirar, a ver, a llevarme adentro esta mañana única, irrepetible, calurosa y colorida, mientras las horas van muriendo a la espera de un tren a Uyuni.

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