Viajes

El poeta que surgió del hambre

Estoy en un café, en uno de esos instalados en la peatonal Prat del centro de Antofagasta.
Hace dos días que llegué a esta ciudad presa entre el mar y la cordillera, apretujada entre el azul de las aguas y el marrón de la tierra pelada, ondulada y desértica. Y es hoy cuando salgo a la calle, recuperándome de una gripe inoportuna y molesta que me aisló en casa de Ma. Eugenia sin ganas ni fuerzas para nada más. Es hoy cuando a mediodía, con un calor húmedo y vertical que enciende mi garganta, me subo al micro de la línea 112 que me lleva desde las alturas del barrio Coviefi hasta la orilla misma del Pacífico que a esta hora brilla como un espejo de plata.

Hambrienta de cosas nuevas, de imágenes inexploradas, mi rostro se pega a la ventana del diminuto bus que avanza entre el pesado tránsito de una ciudad más grande de la que esperaba, más dinámica de lo que intuía. Voy con una dirección anotada, voy con las explicaciones de mi amiga en la memoria por una ciudad que desconozco pero me hace sentir confiada, segura, y sin apuro, aunque todo lo que me rodea se mueve en sentido contrario a mi, vertiginoso y lleno de ruido. Lo suavizo con mi música, la que me ayuda a encontrar mi propio paso y relajar la ansiedad, la inquietud de una simple plebeya al encuentro del gran Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.

Y sin embargo, todo se ha tornado tan simple y cotidiano, como si estuviera ahora sentada en un café de mi lejano Montevideo, entre amigos de siempre, rodeada de voces familiares.
El y Eugenia se conocen desde hace tanto que ella hasta ha decidio acompañarlo a Europa a recibir su premio otorgado por una prestigiosa editorial.
El y yo nos acabamos de conocer personalmente, pero vengo con la ventaja de haberlo conocido un par de libros atrás, a través de polvorientas historias de la pampa chilena cargadas de ásperos escenarios y personajes tan inverosímiles como memorables, crudamente humanos, imperfectos, ácidos, pero tiernos hasta la médula. Poéticamente tiernos en su más rudo contexto.

Yo soy un poeta que escribe novelas, dice, mientras sonríe desplayado en su asiento como si nada ni nadie pudiese moverlo de su relajada posición. Está en su ambiente, su oficina, como le gusta llamarle al café donde todas las mañanas se encuentra con la gente en busca de nuevas historias e ideas, atrapando detalles que son como relámpagos que iluminan su creatividad literaria. Y no hay que creer que somos infalibles, continúa. En este maravilloso arte de la palabra escrita, el uno por ciento es imaginación, el cuarenta y nueve por ciento transpiración, y el resto, suerte. Soy un hombre de suerte, concluye, ante mi pregunta de cómo es posible que alguien sin casi ninguna formación académica, que vivió treinta años de su vida trabajando como minero en el desierto más árido del mundo, que el único libro que leyó y releyó durante años fue la Biblia que su padre usaba para predicar, se ha convertido en uno de los escritores más prestigiosos y admirados de la literatura chilena.

Sigue sonriendo sin poder creérselo. Casi parece que no le importara. Le importa, es ésa su vida, y se le ve feliz. Pero eso no le quita ni un ápice de su sencilléz y desparpajo natural. Este, el escritor de las putas como algunos le llaman, parece haberse escapado de alguna historia escrita por su propia mano. Escritor que se hace personaje o personaje que se hace escritor? De cualquier forma, auténtico hasta la crudeza.

Le pregunto como se convirtió en poeta y me cuenta su historia de joven hippie, lanzado por impulso a la ruta, vagabundeando tres años de norte a sur de su propio país, en busca de algo, de aquello que se estaba perdiendo sepultado entre el caliche de las oficinas salitreras y que un día vió estallar en mil colores en uno de esos noticieros que se trasmitían en el cine. Era el Festival de Woodstock y eso estaba sucediendo allá afuera, en otra dimensión donde los jóvenes vivían una fiesta de amor libre, proclamaciones de paz y rock and roll.
Así fue como un día, junto a un compañero de ruta, tirados en una playa oían la radio que su amigo se había "tomado prestada" en una feria. En ella anunciaban un concurso de poesía, cuyo primer premio consistía en una cena para dos en un prestigioso hotel de la zona.
Impulsado por el deseo de un plato de comida caliente, comenzó a escribir por primera vez, y solo se detuvo luego de cuatro carillas donde el poema más largo que escribió en su vida, lagrimeaba por una mujer que había dejado su huella en el largo viaje que tiempo atrás había emprendido.
De más está decir que ganó el concurso, y su historia cambió para siempre.

Entonces te has hecho poeta por hambre! -le digo- tratando de contener la emoción que comienza a gotear detrás de mis gafas. De pronto ese hombre maduro, de cabello ondulado algo canoso y chaqueta de cuero, se hace tan joven, tan libre, tan hambriento de vida, que casi puedo verlo vagando por los caminos del mundo con sus sueños a cuesta, y ahí me veo también, reflejada en un pasado que me es ajeno y a la vez, tan cercano. Esa voracidad por la vida de allí afuera me une a él, al que fué. Ahora nos une otros menesteres: la poesía y su férrea voluntad de supervivencia en un mundo que parece querer olvidarla.

Entre uno y otro comentario, lo escucho recitar algunos versos de "Los Amorosos", de Jaime Sabines y sin vacilar un solo instante dice: "si te gusta la poesía, ven mañana a esta misma hora, y te regalaré un libro del poeta chileno que más me gusta".

Tres fueron las mañanas en ese bar. Tres breves suspiros de frescura en los que viajé a través de las historias de personajes como Malarrosa, Cristo Pérez o Brando Taberna. No fuí a la Pampa, como mi amigo Samuel me había prometido, pero estuve en ella. Perseguí durante tres días los remolinos del desierto para entrar en el centro mismo del asombro. Me ví, como una aparición imposible en la acuosa ondulación de un espejismo, resurgir de mis propias cenizas de mujer triste y vagabunda, llegando al lugar preciso, pateando piedras, haciéndolas a un lado una por una, hasta encontrar la flor de papel azul, mi razón, mi destino, el "porqué" de todas las cosas que lamentamos y que al final, nos hacen sonreir.

2 comentarios: